sábado, 13 de febrero de 2016

Las ranas y la lluvia

Unas ranitas tenían su particular paraíso, en un estanque que se producía de modo natural, al entrar el agua procedente de un riachuelo. Allí vivía una familia compuesta de papá, mamá y numerosos hijitos, que a su vez, habían formado sus propias familias.
Sus días transcurrían plácidos y tranquilos, cazaban numerosos insectos, y se dedicaban a atender sus huevos, que estaban incubando en unas piedras.
Pero un temporal de invierno vino a romper su plácida rutina. Comenzó a llover con intensidad, y en consecuencia aumentó mucho el caudal de agua del riachuelo. Y se inundó la finca, y también su estanque.

- !Ayuda!- gritaron las ranitas - ! el agua se lleva las piedras y a nuestros futuros pequeños!
Los papás que estaban más arriba, haciendo acopio de insectos, corrieron finca abajo a grandes saltos.
- ! Agarraros bien a los juncos, que no os lleve a vosotras el agua! - les gritaron - !Nosotros rescataremos los huevos!
Las ranitas se sujetaron fuertemente a los juncos que crecían al lado de su estanque, mientras aterrorizadas decían:
- !Nos va a llevar el agua y vamos a ser arrastradas hasta el río!
Una joven ranita verde gritó:
- !No nos llevará el agua!
Y arriesgando su vida, trataba de ayudar a las otras, atándolas 
con juncos secos.

En ese momento, aumentó el caudal de agua y la arrastró. Mientras las otras ranitas gritaban:
- !Socorro! se la lleva!

 Llegaron los papás y hermanitos y la vieron agarrada fuertemente a unas hierbas, mientras luchaba por no soltarse.
Su papá saltó hacia ella, y cogiéndola fuertemente de la patita tiró de ella y la rescató.
- No te preocupes, ya estás a salvo.
Y corrieron a refugiarse todos en los juncos.

Pasaron las horas y dejó de llover, asomó el sol y todo se calmó.
Pero las ranitas seguían llorando por los huevos perdidos.
- No lloréis más, saldremos todos en busca de ellos - dijeron los mayores.
Y todos fueron siguiendo las huellas que el agua había dejado en la hierba.
Cuando daban todo por perdido, dos hermanos que se habían adelantado, gritaron:
- !Aquí están los huevos, debajo de una piedra!

Y entre todos hicieron, con unas hojas grandes, a modo de camillas, para transportar los valiosos embriones.
- Vosotros coger por atrás,  y el resto por delante - organizó el transporte, el papá mayor.

Poco después llegaban al estanque, donde depositaron con cuidado, la frágil carga en su sitio habitual.
 Por fin, respiraron tranquilos mirando hacia el sol, que lucía esplendoroso.
Y todos a la vez, croaron felices.    
   

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