Llegaron las lluvias, y con ellas un alivio para el auténtico horror que vivió el bosque gallego en este verano con sequía extrema.
El bosque se recupera con facilidad de la sequía, pero no de la mano incendiaria de los terroristas de los bosques, que año tras año, cambian nuestro verde maravilloso por la negrura más triste que nadie pueda imaginar. Cuando se ven las llamas impresionantes, visualizamos el hermoso bosque que alguien (quiero pensar que con las facultades mentales mermadas) intenta y consigue reducir a cenizas y destrucción.
El corazón de todos los gallegos de bien (afortunadamente la mayoría) duele de tristeza profunda.
Desafortunadamente el delito del incendiario es muy difícil de probar, la mayoría queda impune. Las penas cada vez son mayores y sobre ellos cae todo el peso de la ley. En sus pobres mentes no cabe la reflexión sobre sus actos: la destrucción de un bien de todos y de las generaciones futuras, la muerte de numerosos animales y la de su hábitat, los años que tarda un suelo en regenerarse y volver a acoger vida, la biodiversidad destruida...
Desde aquí el agradecimiento más extenso a los equipos de extinción, que trabajando hasta el agotamiento, intentan salvar nuestros bosques. Desgraciadamente, el viento actuó durante estos fatídicos días, como ayudante involuntario de los terroristas, que no dudo en absoluto, disfrutaban admirando su gran "hazaña".
Solo nos queda la esperanza de que la fuerza de la naturaleza logre resurgir de la negrura, a nuestros hermosos bosques de nuevo.
Del verdor maravilloso al horror más terrible sólo hay un paso, muy fácil de dar para algunos delincuentes.
Nos queda la esperanza en el inmenso poder de la naturaleza.
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